Los grandes del Falla se bajan del escenario: por qué Selu, Tino, Ares o Vera Luque dicen basta al COAC
El relevo generacional, el cansancio y una crisis de motivación sacuden a los autores más icónicos del Carnaval de Cádiz. Cada vez más figuras legendarias del Falla eligen dar un paso atrás, marcando una tendencia inédita que está transformando el Concurso.
Durante décadas, el Gran Teatro Falla fue el templo en el que los autores consagrados del Carnaval de Cádiz se citaban cada invierno sin falta. Paco Alba, Fletilla, Quini o Villegas abrieron el camino; Antonio Martín y Joaquín Quiñones lo mantuvieron durante años sin apenas ausencias. Pero algo ha cambiado. En pleno siglo XXI, los nuevos tiempos han traído consigo un fenómeno inesperado: los grandes nombres del COAC están cansados.
Selu García Cossío, Tino Tovar, Antonio Martínez Ares, José Guerrero “Yuyu”, Kike Remolino, José Antonio Vera Luque o David Márquez Carapapa —todos ellos referentes del Concurso— han decidido parar, algunos temporalmente, otros de forma indefinida. Una renuncia que no responde a una pataleta, sino a algo más profundo: la fatiga psicológica de un concurso cada vez más exigente, más expuesto y menos disfrutable.
El propio Selu, autor de cinco primeros premios y revolucionario del humor gaditano, lo confesaba sin tapujos: “No es una pataleta, ya no lo disfrutaba y era un sacrificio psicológico”. Su retirada ha encendido las alarmas entre los aficionados, pero también ha abierto un debate más amplio: ¿por qué tantos autores brillantes sienten que el Falla ya no compensa?
Los expertos apuntan a un cambio de era. Con la llegada de las redes sociales, la presión mediática y la profesionalización del Carnaval, la pasión de antaño se ha transformado en agotamiento. Las críticas en Internet, los meses de ensayo, las giras, la burocracia y la necesidad de mantener un nivel altísimo hacen que muchos autores vivan el COAC como una carga más que como una fiesta.
José Manuel Sánchez Reyes, chirigotero de referencia desde los 90, lo resume con claridad: “El nivel de exigencia es enorme. Esto sigue siendo folklore popular hecho por aficionados, pero el cansancio mental se nota. Se acentúa con los comentarios nocivos de las redes”.
Su compañero de generación Vera Luque comparte el mismo sentimiento: “Estoy muy de acuerdo con Selu. En algún momento las preocupaciones ganan de largo a los buenos momentos. Llega un punto en que la motivación no es la misma y el estrés pesa más que la ilusión”.
Ambos coinciden en que el relevo generacional ya es una realidad. Los últimos ganadores del COAC son autores jóvenes como Alejandro Pérez, creador de Los calaítas, con menos de 30 años. La nueva hornada pisa fuerte, mientras los veteranos buscan aire lejos del Concurso, algunos volcados en chirigotas callejeras o proyectos teatrales.
Tino Tovar y Martínez Ares ya experimentaron ese parón antes de regresar con fuerza. El primero con espectáculos fuera del Falla, el segundo tras trece años de ausencia. Otros, como El Canijo o Remolino, alternan participaciones con largos descansos. En todos los casos, la historia se repite: el cuerpo y la mente piden pausa.
El COAC, ese escenario mágico donde Cádiz se transforma, también se ha vuelto un espacio implacable. Ensayos diarios, presión del público, comparaciones constantes y la obligación de superarse año tras año agotan incluso a los más grandes. Como señala Sánchez Reyes, “no es fácil estrenar una obra cada año con la exigencia que hay. Es un ritmo más llevadero a los 25 que a los 50”.
El dilema está servido: ir o no ir al Falla. Para muchos, dejar el Concurso es recuperar la esencia del Carnaval, volver a disfrutar de cantar sin estrés ni puntuaciones, reencontrarse con la calle, la improvisación y el público sin focos. Vera Luque lo resume así: “Cuando descubres la chirigota callejera te das cuenta de que solo te quedas con lo bueno: los ratitos, las risas y cantar sin presión”.
Aun así, todos reconocen que el Falla sigue siendo el gran escaparate. Quien no pisa su escenario pierde visibilidad, actuaciones y reconocimiento. Por eso, algunos regresan tras su descanso, con energías renovadas y nuevas ideas.
En un Carnaval que cambia al ritmo de los tiempos, los parones parecen inevitables. No son abandonos, sino respiros necesarios para mantener viva la llama. Quizás no sea una crisis, sino un cambio natural: los grandes descansan, los jóvenes empujan y el Falla se prepara para otra metamorfosis.

