Faly Mosquera: la voz que nunca se apagará en el Carnaval de Cádiz
Pocas figuras han dejado una huella tan profunda en el Carnaval de Cádiz como Rafael “Faly” Mosquera Muñoz, un nombre que se pronuncia con respeto entre comparsistas, músicos y aficionados. Su trayectoria, marcada por la pasión, la entrega y el talento, lo ha convertido en uno de los grandes directores e intérpretes de la historia reciente del Falla. Aunque hoy vive la fiesta desde la grada, su espíritu sigue ligado a las coplas que un día lo hicieron eterno. “El comparsista sigue vivo en mí y solo morirá cuando cierre los ojos”, confiesa con la serenidad de quien sabe que ha cumplido su misión sobre las tablas.
Desde niño, la música y el carnaval fueron parte de su vida cotidiana. Criado en la calle Pasquín, hijo de Carlos Mosquera Ponce, un corista de los buenos que cantó en agrupaciones míticas como Los molineros holandeses o Los pintores, Faly creció escuchando compases entre afeites y guitarras. “Recuerdo a mi padre cantando coplas mientras se afeitaba”, rememora con emoción. De ahí que le llegara tan hondo aquel pasodoble de Martínez Ares a su propio padre en Calle de la mar: “yo viví lo mismo”, dice con una sonrisa nostálgica.
Su primer pellizco carnavalero llegó hace medio siglo, cuando su padre fue reclutado para la Misa Típica Gaditana. Poco después, gracias a la amistad con los hijos de Enrique Villegas, Gueli y Salvi, conoció al maestro que cambiaría su destino. “Villegas me escuchó cantar y dijo: ‘este niño va a ser segunda’. Y no supe lo que significaba hasta que descubrí que eso marcaría toda mi vida”, recuerda. Así empezó su camino como una de las segundas voces más recordadas del Carnaval.
Con ‘Fantasía de Walt Disney’ en 1977, Villegas lo incorporó a su comparsa infantil, logrando el primer premio. Repitieron éxito al año siguiente con Los Geyperman, donde Faly, autodidacta y curioso, comenzó a tocar la guitarra. Su paso a la categoría adulta fue meteórico. En 1979 formó parte de Brillantina, y poco después se unió a Hombres del campo, agrupación con la que terminó de consolidar su estilo. En 1981, con tan solo 18 años, ya punteaba en Los hijos de la noche, una comparsa que marcaría época y lo situaría entre los grandes.
“Enrique me echaba todos los veranos”, cuenta entre risas. “Era muy exigente y yo, muy cabezón. Luego llamaba a mi padre para que me convenciera de volver. Me trataba como a un hijo, para bien y para mal”. Bajo la batuta de Villegas, Mosquera aprendió el valor de la disciplina, el oído absoluto y el respeto por la afinación, algo que más tarde aplicaría cuando asumió el rol de director. En esa etapa vivió la evolución musical del maestro, desde Comuneros hasta Hombres lobo, su última comparsa junto a él. “Fue un tipo muy arriesgado, pero la máscara nos restó expresión. Enrique siempre recordaba que no volvería a sacar un grupo con la cara tapada”, rememora.
Tras aquella etapa gloriosa, Faly se apartó brevemente del mundo de Villegas y se dejó tentar por la chirigota Los cubatas, experiencia que define como “el verano más feliz de mi vida”. Sin embargo, pronto volvería a la comparsa, esta vez con un rol decisivo: la dirección. En 1987 lideró Con gancho, con letra de Pedro Romero, enfrentándose en la final a A fuego vivo de Antonio Martín. “Teníamos una gran letra y música, pero aquel año Martín estuvo sublime”, reconoce con humildad.
Los años 80 fueron para él una escuela de vida y de música. A lo largo de esa década compartió escenario y amistad con nombres históricos como Pedro Romero, Joaquín Quiñones o Pepito Martínez. Con este último y con Quiñones iniciaría, ya en los 90, una de las etapas más recordadas del Carnaval: ‘Suspiros de Cai’, nacida en el bar Gol y convertida en una de las comparsas más icónicas de su tiempo. “Pepito y yo fuimos a comprar instrumentos andinos a una feria artesanal. Nadie creía que los usaríamos, pero conseguimos que sonaran en Charrúas. Fue una locura preciosa”, rememora divertido.
Con Quiñones, vivió años dorados, dirigió grupos de una perfección casi quirúrgica y disfrutó de éxitos inolvidables como El circo, Noches de Falla o Los vikingos. “Joaquín era un obrero del Carnaval, un tipo entregado y cariñoso. Lloraba cuando algo no salía bien, y eso demostraba su pasión por la comparsa”, asegura Mosquera.
El tiempo pasó, pero su talento siguió sumando capítulos. Trabajó con autores como Romero Bey, Bustelo, Remolino o Tomy Alemania, cerrando su etapa comparsista con Los salvajes en 2020. Sin embargo, aún le quedaba un sueño por cumplir: cantar un tango, como prometió a su padre. El destino quiso que fuera Julio Pardo quien lo hiciera posible, sumándolo a su coro en Los Martínez en 2023. “Julio sabía de esa promesa. Salí con él y viví su muerte en pleno Concurso. Fue durísimo”, recuerda con emoción. Aun así, por cariño al grupo, decidió seguir un año más y despedirse definitivamente con Los luciérnagas.
Hoy, alejado del escenario pero no del sentimiento, Faly sigue disfrutando de las nuevas generaciones desde el patio de butacas. “Me encanta escuchar segundas voces como las de Lali, Vito Jurado, Feni o Waxi. Ahí está el futuro”, dice con orgullo.
Nacido el 21 de noviembre de 1962, el mismo día que Manolo Santander, en la mítica Casa Grande de la calle Pasquín, Faly Mosquera estudió en Capuchinos, Valcárcel y La Paz, formándose luego como mecánico en el Instituto San Severiano. Desde 1984 trabaja en el Hospital Puerta del Mar, donde sigue desempeñando su labor. Casado con Antonia Rioboó González, tiene dos hijas, María y Remedios, su mayor orgullo fuera del Falla.
La historia de Faly Mosquera es la de un hombre que convirtió la comparsa en una forma de vida, un referente que supo reinventarse sin perder su esencia. Su legado no solo se escucha en las coplas que dirigió, sino en la huella emocional que dejó en varias generaciones de carnavaleros. Su nombre, inevitablemente, forma parte de esa melodía eterna que suena cada enero cuando se encienden las luces del Falla y el telón vuelve a subir.

