MacGregor, la voz que sostuvo la comparsa: “Sin un buen tenor, el pasodoble pierde su alma”

MacGregor, la voz que sostuvo la comparsa: “Sin un buen tenor, el pasodoble pierde su alma”

Hablar de las grandes voces del Carnaval de Cádiz es detenerse, inevitablemente, en la figura de Manuel Serrano ‘MacGregor’, uno de los referentes absolutos de la octavilla durante las décadas doradas de los años 80 y 90. Su manera de entender el cante, siempre al servicio del grupo y nunca por encima de la melodía, marcó una forma de hacer comparsa que hoy muchos recuerdan con nostalgia.

MacGregor no buscaba protagonismo. Su función estaba clara: arropar al tenor, darle color y sostener la armonía. “Yo nunca quise sobresalir. Si el tenor no se escucha, el pasodoble se cae”, resume con la naturalidad de quien ha pasado media vida afinando desde la segunda línea.

De la afición infantil a las tablas del Falla

Su vínculo con el Carnaval nació en casa, escuchando a su madre cantar y descubriendo discos históricos como los de Paco Alba. Aquel germen acabó convirtiéndose en una pasión que lo llevó, con apenas 15 años, a llamar a la puerta de El Quini, director de uno de los grandes coros del momento. De ahí en adelante, su trayectoria fue creciendo de forma constante, pasando por coros, chirigotas y comparsas hasta consolidarse como una de las voces más reconocibles del certamen.

Antes de alcanzar la madurez en la comparsa, MacGregor también vivió el Carnaval desde otras modalidades. Cantó en chirigotas premiadas y conoció el valor humano de los grupos, experiencias que —según reconoce— le ayudaron a entender la fiesta como algo colectivo y no como una competición individual.

El salto definitivo: la comparsa y los años de oro

El punto de inflexión llegó con su entrada en la comparsa, primero con autores históricos y, más tarde, formando parte del legendario grupo de Antonio Martín, dirigido por Pepe el Caja. Aquella etapa es recordada como una de las más brillantes de la modalidad: años de continuidad, solidez vocal y repertorios que todavía hoy siguen siendo referencia.

MacGregor participó en comparsas que dejaron huella profunda en la afición, acumulando primeros y segundos premios en una racha casi imbatible. “Era un grupo muy trabajado, muy serio, donde cada voz tenía su sitio”, recuerda. Para él, esa fue la clave del éxito: orden, respeto musical y fidelidad al proyecto.

Una forma de cantar que ya no abunda

Desde su experiencia, el comparsista observa con espíritu crítico la evolución del cante en el Carnaval actual. Cree que hoy se abusa de las voces altas y de los adornos innecesarios, lo que a menudo provoca que el mensaje del pasodoble se diluya. “El público no sabe si escuchar la letra o fijarse en quién hace la floritura. Antes eso no pasaba”, afirma.

Para MacGregor, el tenor es la columna vertebral de la comparsa. La octavilla, insiste, debe acompañar, no competir. “Yo daba color, nada más. Esa era mi misión”, recalca con la convicción de quien nunca renegó de su papel.

Lealtad, grupos reconocibles y esencia perdida

Otro de los aspectos que echa de menos es la fidelidad dentro de los grupos. En su época, los componentes solían mantenerse unidos varios años, lo que permitía crear una identidad reconocible para la afición. Hoy, según su visión, los cambios constantes dificultan ese vínculo entre grupo y público.

Aun así, MacGregor no reniega del Carnaval actual. Reconoce talento, buenas voces y autores con personalidad, pero sí reclama un regreso a ciertos valores: el equilibrio vocal, el respeto por la melodía y ese “pellizco gaditano” que, asegura, antes estaba más presente en los pasodobles.

Un legado cantado desde el respeto

Ya retirado del Concurso Oficial, MacGregor guarda el recuerdo de una trayectoria marcada por el cariño de la afición y el respeto de sus compañeros. “Eso es lo mejor que me llevo”, dice. No descarta volver a cantar algún día, pero solo si el proyecto tiene sentido y le ilusiona de verdad.

Mientras tanto, su nombre sigue siendo sinónimo de elegancia vocal y compromiso con la comparsa. Porque, como él mismo defiende, cuando el tenor brilla y el grupo canta unido, el pasodoble encuentra su verdadera melodía.

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